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Diario YA


 

las verdaderas motivaciones hay que buscarlas más allá de la manida excusa del machismo islámico o la famosa laicidad francesa

Burkinis en Carnestolandia

Laureano Benítez Grande-Caballero. Una de las expresiones que mejor definen a las sociedades occidentales actuales es que están sometidas a la dictadura de lo «políticamente correcto», expresión que condensa la principal herramienta de la que se vale la ideología dominante para ejercer su ominoso despotismo sobre las masas aborregadas.

De lo «políticamente correcto» al tabú no hay más que un paso: consiste en no atreverse a decir lo que uno realmente piensa sobre un tema controvertido, por miedo a ser descalificado, anatematizado, señalado. En un país sin derechas como el nuestro, donde la ideología conservadora ha sido arrasada desde el tardofranquismo, no es de extrañar que lo «políticamente correcto» pertenezca exclusivamente al campo de la ideología «progre», hasta el punto de que, de no comulgar con ella, se corre el serio peligro de ser calificado de «facha», el equivalente contemporáneo del medieval «hereje».

Y esto progres también queman que es una barbaridad. Ya lo dijo aquella: «Arderéis como en el 36». Sin embargo, un día más me saltaré «políticamente correcto». En este caso, para referirme a la polémica que se ha generado en torno al burkini, condenado sin paliativos en casi todos los foros, anatema que marca la línea de lo «políticamente correcto» en este asunto.

Para empezar, me resulta sumamente intrigante que unas sociedades que presumen de multiculturalismo, que lo buscan afanosamente con el fin de destruir las identidades nacionales y combatir la preponderancia del catolicismo, se lleven las manos a la cabeza porque algunas mujeres musulmanas acudan con burkini a las playas. Son esas mismas sociedades que ―como ocurre en el caso del malhadado Ayuntamiento de Madrid― financian el Ramadán con la misma cuantía que a la Semana Santa; sociedades como la francesa, que quita belenes para no molestar a los musulmanes; o como la alemana y la sueca, que retiran todos los símbolos religiosos de las iglesias donde acogen a los refugiados.

Sociedades como la española, que financia la enseñanza del Corán en las escuelas; donde se deja libertad a los imanes para que desde sus púlpitos enseñen cómo pegar a las mujeres sin dejar marcas; sociedades donde se da comida «halal» en los centros de enseñanza para complacer a los alumnos islámicos; donde se retiran crucifijos de los centros de enseñanza para quedar bien con la musulmanía.

Son esas mismas sociedades las que, a pesar de sacralizar la libertad, embebidas de la más asquerosa hipocresía pretenden imponer a las mujeres musulmanas cómo deben ir vestidas a las playas, atentando contra su libertad, sin ponerse a pensar que posiblemente esas mujeres usan el burkini porque les da la gana, porque es así como quieren ir, sin que nadie se lo haya impuesto en base a inmundos principios machistas. Las autoridades francesas que han prohibido el uso del burkini alegan también como excusa que lo hacen para aumentar la medidas de seguridad, pero resulta paranoico pensar que el burkini pueda ser un escondrijo de armas terroristas «waterproof» y «underwear».

Siguiendo este principio, podrían imponer a las mujeres la desnudez total como garantía de la total seguridad. Y, si llevan esa prenda para manifestar sus sentimientos religiosos, con más motivo deberían ser respetados, pues existe algo que se llama libertad religiosa. ¿Por qué esta inquina contra el burkini?

A mí me da por pensar que las verdaderas motivaciones hay que buscarlas más allá de la manida excusa del machismo islámico o la famosa laicidad francesa. Una de las formas más subliminales de la ideología dominante y de lo «políticamente correcto» es la exhibición carnal que convierte a las sociedades occidentales en una verdadera Carnestolandia, expresada en modas que entran de lleno en lo extravagante, lo ridículo, lo grotesco… y hasta la escandaloso.

Mucha gente ―al menos la de mi generación― pensamos así, pero nadie se atreve a decir nada porque no es «políticamente correcto» censurar el sacrosanto derecho a que todo el mundo haga lo que le da la gana. ¿Cómo encajar estas modas con el burkini? Aquí, desde luego, no hay «alianza de civilizaciones, sino todo lo contrario. ¿Por qué nadie censura las carnestolendas, y, sin embargo, se quiere reprimir una moda pudenda, sin saber si es impuesta o elegida?

Desde mi punto de vista, la razón fundamental que late en la represión del burkini es que no está de acuerdo con la ideología dominante, que impone las carnestolendas como modernidad, como un valor progresista, como un derecho humano que desbarata la tan católica y fachosa mojigatería. Contra todo esto apunta el burkini, prenda antisistema donde las haya. Pero lo que vale para Carnestolandia, también debe valer para tolerar los burkinis. A su paso por Francia, el alcalde musulmán de Londres, Sadiq Khan, ha criticado la prohibición de los burkinis: «Siempre he sido muy claro con esto: nadie debería decir a una mujer lo que debe o no debe llevar, punto».

El Consejo de Estado, máximo órgano judicial de Francia, ordenó ayer la suspensión de la orden del municipio de Villeneuve-Loubet, en el departamento de Alpes Marítimos (sureste), de prohibir el uso del burkini como prenda de baño, dictaminando que «no hay elementos que permitan deducir riesgos del orden público como resultado de la ropa de baño de ciertas personas», limitando los poderes de los alcaldes cuando atentan contra las libertades fundamentales. Como dirían los franceses: «Chapeau».

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