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Europa y los nacionalismos separadores

José Luis Orella. 19 de mayo. La visión particularista de los nacionalismos se contradice con el avance de la cultura y con la línea política que está llevando la integración europea. Es cierto que el desplome del comunismo despertó ciertos movimientos nacionalistas, pero la mayor preocupación de los ciudadanos del Este es la incorporación a Europa. Todos ellos defienden su occidentalidad histórica para obtener el reconocimiento en el presente. Europa es el conglomerado de naciones más homogéneo del mundo a pesar de las diferencias idiomáticas y culturales.

Las entidades minoritarias tendrán que afianzarse en el marco de una democratización general de la vida pública, tanto en el seno de los estados como a escala europea. Por muchas cesiones que las naciones-Estado hagan a las instituciones europeas por un lado, y a las administraciones regionales y locales por otro, las entidades estatales son las verdaderas protagonistas de la política europea. La Unión Europea sólo puede tener éxito si se asienta sobre la realidad. La realidad del Viejo Continente está conformada por la existencia de unas seculares instituciones políticas, sociales y culturales, producto de un dilatado proceso de gestación histórica que denominamos nación-estado.

Por tanto, la tan renombrada Europa de los pueblos no dejaría de ser una utopía peligrosa. La prudencia exige no tomar decisiones que puedan trastocar el delicado equilibrio generado por la historia, la tradición y la acción humana. La Europa comunitaria que empezó siendo un club de seis ha pasado a ser de veintidós. Este crecimiento ya está provocando las primeras peticiones para controlar el número de cargos de la comisión europea, para mantener su efectividad. Por ello, toda posible traslación de la representatividad europea de los Estados-nación a particularismos más pequeños, como los ciento setenta y seis que propugnaban algunos presidentes autonómicos es inviable. Cada región europea goza de políticas-administrativas diferentes, dispone de distintas configuraciones económico-sociales y tiene un mayor o menor grado de conciencia nacional-regional. La equiparación similar de todos estos factores para reconducir Europa a una federación de regiones o pueblos únicamente crearía una selva de complicaciones jurídicas en el plano normalizador. Bastantes problemas hay en poner de acuerdo a veintidos, ¿qué ocurriría con 176 representantes?.

Por otro lado, los nacionalismos particularistas se guían en sus nuevos trazados  fronterizos en argumentos étnicos o lingüísticos, cuando estos criterios atentan contra los principios en los cuales se sustenta la Unión Europea, que se basa en los derechos humanos y las libertades democráticas. El Estado democrático nace sobre las bases del nacional pero no necesariamente tienen que quedar vinculados en el concepto. De hecho, hoy el estado democrático está abierto a encaminar su existencia en un ámbito de sociedad multicultural. En la Europa contemporánea, las sociedades van siendo cada vez más multiculturales y hay estados que están definidos precisamente por la pluralidad de su sociedad. Suiza es una realidad de convivencia que tiene rasgos plurilingüísticos muy definidos, profundos y diversificados, permaneciendo en ella la idea de formar una nación a pesar de su pluralidad cultural, religiosa e idiomática.

La búsqueda wilsoniana de recomponer Europa según las fronteras étnicas o idiomáticas sería una catástrofe que impediría el proceso actual de unión europea y asentaría las raíces de futuros conflictos bélicos. No olvidemos que la primera razón de la unidad europea es construir una paz perpetua en el continente europeo. Los objetivos de los micronacionalismos chocan con este fin porque la actual Europa es indivisible en fronteras de carácter étnico o lingüístico. La Europa oriental nos ha mostrado recientemente la triste imposibilidad de crear estados homogéneos, recordando las deportaciones masivas del siglo pasado y principio de éste. En España las reivindicaciones de algunos partidos nacionalistas articulan su discurso en el carácter étnico o la particularidad lingüística de su pueblo, y subrayan el déficit nacional español. La ausencia de una conveniente enseñanza de la historia de España agudiza las tensiones provocadas por unos nacionalismos articulados en ideologías del odio. 

 

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